Ricardo M. tenía 69 años y se encontraba postrado en una cama de hospital víctima de cáncer de páncreas, todo su cuerpo era una masa de dolor pero en cambio su mente recibía todas las sensaciones con claridad. Ricardo, solo y adolorido en un cama de hospital empezaba a recordar cómo fueron los primeros días de su enfermedad, dolores de estomago y fiebres hasta hacerse insoportables entonces decidió visitar al médico (como buen Salvadoreño) hasta que no soporto mas su dolor, después de los exámenes el diagnostico: cáncer de páncreas, la usual difícil aceptación, contarle a familiares y amigos, las usuales muestras hipócritas de afecto y dolor hicieron que Ricardo se diera cuenta que realmente no importaba un bledo ya su vida, nadie podría ayudarlo y por supuesto nadie lo confortaría a excepción del Vicodin que hacía su vida un poco mas “ligera” en realidad era lo único que importaba hasta que llego el día en que todo se complico y fue llevado al hospital donde los médicos solo querían declarar la hora de defunción.
De repente la imagen de sus primeros amores, de sus reuniones con sus amigos y cuando los primeros de ellos fallecieron, el nacimiento de sus hijos, cuando el primero se marcho a España, cuando su hija falleció en un asalto, la disputa irreconciliable con su último hijo, sus aventuras con amigos tratando de tener un poco de adrenalina, la mujer que realmente amo, sus padres… entonces se dio cuenta que en su vida todo lo había hecho mal, que en realidad había vivido mal y no había marcha atrás, en realidad en mismo momento ya no había nada de Ricardo, ni siquiera sería un bonito recuerdo.
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